Hay heridas que duelen mucho… Y otras que se esconden detrás de frases como “estoy bien”, “ya lo superé” o “no fue para tanto”.
Es cierto que cuando hablamos de trauma solemos pensar en situaciones extremas. Pero la verdad es que existen diferentes tipos de trauma, y no todos dejan cicatrices visibles.
Algunos llegan de golpe y otros se van instalando poco a poco, sin hacer ruido. Lo único que sabemos es que algo dentro de nosotros se desajustó. Y desde entonces vivimos alerta. O en huída. O en silencio.
Comprender los distintos tipos de trauma puede ayudarte a poner nombre a lo que sientes. Y, sobre todo, a dejar de culparte por sentirte así.
Principales tipos de trauma
Aunque cada historia es única, en psicología solemos agrupar los traumas en algunas categorías. No es con la intención de etiquetar, sino de entender mejor lo que te pasa.
Trauma agudo
Es el que ocurre tras un hecho puntual e impactante: un accidente, una pérdida repentina, una agresión o una experiencia límite.
El cuerpo se activa de golpe. La mente no alcanza a procesar lo que ocurre. En este tipo de trauma, a veces el impacto es inmediato; pero otras se queda dormido… hasta que algo lo despierta mucho después.
Trauma crónico
Este aparece cuando hemos vivido demasiado tiempo en un entorno hostil, inseguro o emocionalmente inestable.
Puede venir del bullying, de crecer con una figura que nos desvalorizaba o de vivir cada día con miedo. Y aunque en este caso no hay un antes y un después claro, lo que sí hay es un cansancio antiguo que no desaparece.
Trauma complejo
En este caso, hablamos de heridas que se repiten en el tiempo, sobre todo durante la infancia. Lo que duele no es un hecho aislado, sino una suma de vivencias que se encadenan: lo que faltó, lo que dolió, lo que se repitió…
Este tipo de trauma afecta a cómo nos vemos, cómo amamos y cómo intentamos protegernos. Y muchas veces lo llevamos sin saberlo. Hasta que un día, la vida nos detiene y nos obliga a mirar hacia dentro.
¿Y el trauma de apego?
El trauma de apego es el tipo que más acompaño en mi consulta. Y, quizás por eso, es el que más me conmueve.
Nace cuando el vínculo con nuestras figuras de referencia no fue lo suficientemente seguro. No necesariamente hubo violencia o abandono. A veces, simplemente, no nos veían. O nos veían solo cuando encajábamos.
Cuando somos pequeños, necesitamos que alguien nos mire con amor incondicional. Que nos valide, que nos consuele, que nos dé permiso para ser. Cuando eso no ocurre, aprendemos a esconder lo que somos. A callarnos. A adaptarnos. A esforzarnos por ser queridos.
Y esa forma de sobrevivir se queda con nosotros. Se nota en cómo nos relacionamos, en cómo nos protegemos, en lo mucho que nos cuesta pedir ayuda o poner límites.
Cómo se manifiesta el trauma de apego
- Miedo a que nos dejen (aunque no haya razones para pensarlo)
- Sensación de no ser suficiente, haga lo que haga
- Necesidad constante de agradar o de evitar el conflicto
- Relaciones que se viven desde la intensidad o desde la distancia
Al contrario de lo que quizás estés pensando, trabajar el trauma de apego no es remover el pasado, sino cuidarlo. Consiste en mirar con respeto todo lo que tuvimos que hacer para sentirnos seguros… Y a partir de ahí empezar a construir algo más amable.
No sé si has sentido que alguno de estos traumas te ha definido, pero si es así, aunque no puedas explicarlo del todo, quizás sea el momento de darte ese espacio. No para culpar a nadie, sino para reconstruir, poco a poco, una forma distinta de estar contigo.
¿Intuyes que el trauma de apego forma parte de ti y de tu manera de relacionarte con los demás? Estoy aquí. Cuenta conmigo para empezar a trabajarlo, a comprenderte y a dejar de exigirte.